No son
pocas las dificultades a las que tiene que enfrentarse tanto quien quiere descubrir
su vocación como quien ya la ha descubierto y ahora apuesta por ella. Sea como
fuere, que nadie piense que con un paso adelante o con un paso atrás
desaparecen. Es más, la vida confirma que en cada momento se presentan las
debilidades de muchas maneras, bajo apariencias de lo más diverso, y algunas
incluso teñidas de una ingenua bondad.
Por un
lado, la debilidad antes de tomar la decisión de nuestra propia vocación puede
enfocarnos a creer que debemos ser perfectos antes de dar los primeros pasos, a
sentir que no llegamos o que no valemos. Y dicho sea de paso, si Dios nos llamó
siendo débiles y tocó nuestro corazón así, con sus grandezas y pequeñeces, ¿qué
nos hace pensar que no quiere precisamente también todo eso que nos hace
vulnerables y frágiles? ¿No puede ser ése, precisamente el inicio de todo, y
darle la vuelta así a toda esa historia? ¿Podríamos llegar a descubrir y
agradecer la debilidad si la ponemos en manos de Dios? Sin duda alguna esta es
la experiencia y la historia de muchos de los grandes santos de la historia de
la Iglesia, y también de los amigos de Dios que recorren actualmente el mundo.
Respecto
a las debilidades del inicio, voy a destacar algunas:
1.
Deseo de claridad vocacional, de
certezas y seguridades. Una exigencia no poco
común entre las personas que se sienten llamadas, y que al inicio aflora con
bastante cotidianidad. Que nadie se sienta mal, porque es además lo propio. No
conozco a nadie que quiera jugarse la vida por entero que no se plantee
seriamente esta cuestión. Se convierte en descubrimiento personal, en un tiempo
de sinceridad con uno mismo, en crecimiento cristiano y humano en todos los
sentidos. Nada queda ajeno, y así se vive, a la llamada. Y es que precisamente
es signo de ese toque magistral de Dios a nuestro corazón que todo quede
afectado y que todo se viva en conjunto. Ninguna otra realidad de nuestro mundo
tiene una potencia integradora tan fuerte como dejar que Dios nos llame. Frente
a la debilidad de esta búsqueda de certeza aparecen igualmente signos y presencias
que me animan a confiar, que me muestran cómo lo que empezó en lo pequeño tiene
que continuar en lo pequeño. Personalmente agradezco infinitamente
mis primeros diálogos sinceros sobre este tema, cuando ni yo sabía lo que
realmente estaba pasando ni me imaginaba que mi vocación me iba a llevar a
vivir de la forma que vivo, ni a conocer a las personas que se han hecho para
mí indispensables en mi vocación, ni a la maravilla de sentirse tan feliz en un
camino tan diferente al de mis contemporáneos. Lo que Dios me descubrió al
principio no pretendía convencerme, no era un discurso político desde lo alto
de una tribuna, sino que era lenguaje dirigido al corazón de mi historia en
aquel momento, lo suficiente como para que diera los primeros pasos y siguiese
en búsqueda, en descubrimiento, en asombro permanente. Dios lo hace todo nuevo,
y por lo tanto Dios me sigue llamando a día de hoy.
2.
Creer que esto es para unos pocos, y
preguntarme si soy de los pocos a los que Dios llama. Es un segundo momento precioso. Porque entiendo que lo que estoy
viviendo es único, original y que es para mí. Entonces se mira alrededor, como
alguien sentado en una estación solitaria de metro por la noche. O se mira
alrededor rodeado de personas comprobando que estoy tan metido en lo mío, tan
tocado interiormente que todo me parece ajeno. Y aparece la soledad de la
llamada. Sin duda alguna es de Dios todo aquello que nos llama y nos reúne para
algo grande, y algo que nos supera a nosotros mismos. Es lo que contemplamos,
como digo, al inicio de la llamada. No queremos una vida vacía sino una vida
llena, y sentimos que con Dios puede sobreabundar. Los deseos son de todo tipo,
las motivaciones muy variadas, todo está mezclado y llegará el tiempo de
clarificar. Pero tan fuerte es la llamada que nos sentimos convocados a la
grandeza, a la significatividad, a la santidad. La mediocridad la hemos
abandonado, y creemos que valemos para lo más alto, para los dones del cielo y
para los más humanos de la tierra. Entre tanta grandeza nada se nos hace ajeno,
estamos en familia. Y es entonces, como digo, cuando aparece la debilidad y el
interrogante de si no será esto cosa que estamos pensando, pero que realmente
es para unos pocos elegidos de la historia. Y por lo tanto, no está hecho para
la medida que yo conozco de mí mismo, por mucha pasión que me despierte. Y,
siendo tan cierta y evidente nuestra debilidad, nos confunde tanta maravilla,
hasta el punto de querer rechazarla. Para quienes estén viviendo este momento,
se sientan apasionados por algo en su vida y se sientan llamados por Dios a
algo grande, decirles con sinceridad que nada merece tanto la pena como querer
levantarse cada mañana soñando, que nada como acostarse cada día con la
confianza de estar cambiando el mundo y dándole el alma que necesita.
3.
Buscar los opuestos en lugar de las
afinidades. Podemos encontrar mil razones para
decir que “no” al Señor y sentirnos y sentarnos tranquilos en el sillón.
Algunas de esas razones serán incluso buenas, nos parecerán convincentes y nos
traerán descanso y tranquilidad. Tanta tranquilidad que es cierto que todo
parecerá tan sereno como un rincón vacío de un pueblo sin habitantes. Es la paz
de los que no tienen nada de lo que preocuparse ni por lo que sufrir. Los
opuestos a la vocación son el engaño de la propia libertad, como si decir que
sí a Dios fuera quedarse sin decisión y sin voluntad; otro es el movimiento que
produce la masa, y comprobamos cuánto hemos respirado de la vida de otros,
hasta el punto de costarnos una inmensidad avanzar y crecer por nosotros
mismos, tomando nuestras propias decisiones; otro es el opuesto de mí mismo, y
lo que en mí entra en conflicto con la vida que el Señor me propone, porque
puedo fijarme tanto en mis debilidades que las grandezas queden arrinconadas en
un pasillo de mis grandes estancias interiores. Los opuestos, como digo, son
tantos y de tantos colores que siempre encontremos razones para defendernos de
aquello que nuestro corazón siente, que nuestro deseo impulsa y que nuestra
inteligencia lúcida y más despierta que nunca atiende, que nuestra vida ha
cautivado. De alguna manera, y permitidme que lo diga, Dios se va a valer
durante toda nuestra historia de este juego para hacernos crecer, iluminando
poco a poco lo que hay en el corazón, nuestras motivaciones, y lo que hay en la
historia y la realidad y que espera nuestra respuesta. No nos confundamos
demasiado, porque estas “oposiones” están puestas muchas veces para nuestra
propia salvación. Todo es para bien de los que aman a Dios.
A todos los que están en algún momento vocacional, que están sintiendo
igualmente la debilidad, decirles con sinceridad que no desaparecen con el
tiempo. Sin embargo, pueden darle también la vuelta y respirar en ellas, y
gracias a ellas, la grandeza de la persona. Si Dios nos llama conociéndonos y
amándonos hasta el extremo, es porque no desea en absoluto que nos libremos de
esas pequeñeces para dar los primeros pasos. De hecho, puede incluso que cuente
con nuestra debilidad más de lo que a nosotros nos gustaría. Así es Dios,
imprevisible la mayor parte de las veces; y el resto, excesivamente
desbordante.
Este
post es gracias a una conversación que he tenido hoy con una persona inquieta,
de la que conozco poco más allá de su corazón y sus inquietudes, y con la que
he hablado a través de Facebook. Si estás tú también inquieto, te invito
dialogar y a buscar juntos.