viernes, 27 de junio de 2014
jueves, 19 de junio de 2014
miércoles, 11 de junio de 2014
Comenzar desde el corazon
Comenzar desde el Corazón[i]
Hay en el evangelio de Mateo un
capítulo, el décimo, al que a menudo se titula “Discurso Misionero”. Para
entender el significado de esta expresión, hay que saber que Mateo ha redactado
su Evangelio con un orden muy preciso, y entre otras cosas ha organizado muchas
palabras de Jesús en “unidades didácticas” que desarrollan cada una un tema
particular. Palabras que Jesús dijo, y tal vez repitió, en circunstancias
diversas, son reunidas por Mateo como un manual de instrucciones, de forma que
encontrarlas resulte más fácil para el
lector.
El “discurso misionero” es una de
estas unidades didácticas. No es todo el Evangelio, de acuerdo, pero tampoco es
un capítulo secundario reservado a pocos especialistas. Más aún, si lo pensamos
bien, es algo muy importante, sin lo cual el Evangelio mismo no tendría
sentido. Si, en efecto, el Evangelio es, como la palabra lo dice, una “buena
noticia”, ¿Qué tipo de noticia sería si no se divulgara? En verdad, el
misionero es un mensajero, uno que lleva un anuncio gozoso. ¿Qué debe anunciar?
¿Cómo? ¿A quién? ¿Por qué? ¿Y cómo comportarse cuando el anuncio es rechazado?
Es toda una serie de preguntas que encuentran
una respuesta propia en el capítulo 10 de Mateo, que nos servirá para
señalar algunas características de lo que se llama “espiritualidad misionera”,
es decir, toda una serie de actitudes del corazón y de comportamientos
prácticos que debe tener el que quiere vivir como “misionero” su fe.
Pero antes de comenzar, hay dos cosas de verdad
importantes para entender. Cuando queremos aprender algo, nos interesa pronto
dónde hallar las “instrucciones”. Hoy se venden muchos juegos tan complicados,
que para entender su funcionamiento hay que estudiar antes unas explicaciones
difíciles y minuciosas.
¿Quizá el “discurso misionero”
contiene explicaciones sobre cómo hacer funcionar la “misión”? Sí y no. Pero no
pensemos que se trata sólo de palabras, aunque hayamos llamado a esta página “discurso”. Mateo, en efecto,
no ha recogido en su Evangelio sólo las palabras de Jesús, sino que también, y
sobre todo, sus acciones y sus gestos. Lo que Jesús hizo es tan importante como
lo que dijo. Las palabras explican, preceden y comentan los gestos, ayudándonos
a entender lo que éstos significan. Los gestos,
a su vez, confirman las palabras, las hacen verdaderas y concretas.
Nunca se pueden separar los primeros de las segundas. Y tampoco se puede
olvidar que para entender bien el “discurso misionero” hay que conocer todo el
Evangelio, tener ante los ojos las acciones y comportamientos de Jesús.
Gestos y palabras revelan algo
más profundo: el corazón. Desde allí se comienza y allí se debe llegar. Porque
desde allí comienza también Jesús, y esta es la segunda cosa importante, una
verdadera y propia premisa sin la cual la “misión” no se mantiene en pie y
corre el riesgo de tirar puños al aire. Una premisa es algo “puesto antes”: se
trata, entonces, de algo sin lo cual no se comienza, pero también de una
energía que debe continuamente sostener y alimentar el impulso inicial. Usando
la imagen del jet o del misil, podemos hablar de un “propelente”, palabra que
indica una fuerza que impulsa hacia delante y que mantiene el vuelo. ¿Cuál es
el propelente que se indica al inicio del discurso misionero como una premisa
necesaria?
Justamente en los dos capítulos 8
y 9 que preceden al nuestro, Mateo cuenta una serie de curaciones: Jesús cura a
un leproso, al criado de un centurión, a la suegra de Pedro, a dos endemoniados
locos furiosos, a un paralítico, a una mujer que pierde sangre, a dos ciegos, a
un mudo, y resucita a una joven; calma además una tempestad en el lago
invitando a sus amigos a no tener miedo. El evangelista nos dice también que
Jesús llama a seguirlo a un recaudador de impuestos, llamado Mateo, y que, con
el asombro de unos buenos fariseos, come con él y con personas de su profesión:
“publicanos y pecadores” los llama el Evangelio, como para decir ladrones y
gente de las cuales no hay que fiarse, pero a quienes Jesús anuncia,
también con el ofrecimiento de su
amistad, que Dios es “misericordia” y que los ama también a ellos. Éstos son
los “hechos”, y Mateo resume todo diciendo que “Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las
sinagogas judías, anunciando la buena noticia del reino y sanando todas las enfermedades
y dolencias” (Mt 9,35). Volveremos sobre estas tres actividades de Jesús, pero
lo que ahora conviene subrayar es la frase que sigue: “Al ver a la gente,
sintió compasión de ellos, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas sin
pastor” (Mt 9,36). Aquí está la palabra clave que explica el motivo principal
de la acción de Jesús, y es la misma palabra que hace de premisa y propelente
para la acción misionera: la “compasión”.
Se trata de una palabra que
siempre hay que explicar un poco, porque en nuestra lengua tiene a menudo un
significado mucho más pobre y limitado que aquel que se muestra en esta página
del Evangelio. En efecto, “sentir compasión” quiere decir “sufrir con” y
“sufrir por”. Estamos ante una situación que provoca sufrimiento y malestar:
decimos no mirar las cosas desde fuera. Sino entrando, asumiendo el dolor del
otro como si fuera propio. El “por” se convierte en “con”: el dolor que veo no
me deja inerte ni indiferente, pero no se detiene tampoco en una emoción
pasajera o en alguna frase apurada con la que quiero consolar sin intervenir
demasiado: se convierte, por el contrario, en simpatía y solidaridad, y acción
que interviene para quitar la causa del dolor. Esto hizo Jesús, con sus
palabras y sus oraciones, su presencia junto a los marginados por parte de las
personas de bien. Ésta fue su “misión”, así anunció el “reino de Dios” y lo hizo visible.
Pero en la base de todo está su
“compasión”. ¿Qué hace sufrir al corazón de Jesús? Él ve que la gente está
cansada y desanimada, y que no hay un pastor que la cuide y la reúna. Hay que
prestar mucha atención a estas palabras. Quizá pensamos que para obrar como
Jesús debemos realizar curaciones físicas; pero aquí no se trata en absoluto de
esto. El cansancio y el desánimo son males del corazón, dolorosos y peligrosos,
y por estos males Jesús sintió compasión; y éstos son los males que Él vino a
curar.
El asunto, entonces, es la
compasión que nunca tendremos si no estamos atentos a los demás. Estás en una
edad en que es más fácil que te cierres en ti mismo, preso de tus sufrimientos
y de tus crisis, como si no hubiera nada más en el mundo. Necesitas ser
comprendido y compadecido. Tal vez lo hagas ver demasiado: alguno te habrá
dicho que vives lamentándote. Jesús te ofrece ciertamente su compasión, pero
pide también que mires alrededor, y no sólo a ti mismo. Más aún, puedes
participar de la experiencia de tus cansancios y desánimos para entender mejor
a los demás, para suscitar en ti la “compasión”. Así te pondrás en sintonía con
Jesús, y estarás dispuesto a acoger su “discurso misionero”, y a vivirlo.
Cuando
en el ejercicio de buscar candidatas
aspirantes para el ingreso a la formación Religiosa y candidatos
aspirantes a la formación Sacerdotal, mucho vale lo que “desde el corazón” nos
puedan entregar y en ello influye mucho la humildad, la paciencia y
“mansedumbre” –que no conformismo- con que se acerquen las y los jóvenes con
dichos propósitos. También quienes los reciben y están atentos a su preparación,
deben vivir “desde el corazón” su formación, lo que implica responsabilidad,
seriedad y seguridad para que los procesos sean adecuados y den los frutos que
Jesús desea.
[i] La
Misión Comienza en el Corazón. F. Cagnasso – D. Pezzini págs. 11-15. COMUNICACIONES SIN FRONTERAS.
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