jueves, 17 de octubre de 2013

MENSAJE DEL PAPA EMÉRITO BENEDICTO XVI PARA LA L JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI (Hoy Papa Emérito)
PARA LA  JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
21 DE ABRIL DE 2013 – IV DOMINGO DE PASCUA
Tema: Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe
Queridos hermanos y hermanas:
Con motivo de la 50 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 21 de abril de 2013, cuarto domingo de Pascua, quisiera invitaros a reflexionar sobre el tema: «Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe», que se inscribe perfectamente en el contexto del Año de la Fe y en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El siervo de Dios Pablo VI, durante la Asamblea conciliar, instituyó esta Jornada de invocación unánime a Dios Padre para que continúe enviando obreros a su Iglesia (cf. Mt 9,38). «El problema del número suficiente de sacerdotes –subrayó entonces el Pontífice– afecta de cerca a todos los fieles, no sólo porque de él depende el futuro religioso de la sociedad cristiana, sino también porque este problema es el índice justo e inexorable de la vitalidad de fe y amor de cada comunidad parroquial y diocesana, y testimonio de la salud moral de las familias cristianas. Donde son numerosas las vocaciones al estado eclesiástico y religioso, se vive generosamente de acuerdo con el Evangelio» (Pablo VI, Radiomensaje, 11 abril 1964).
En estos decenios, las diversas comunidades eclesiales extendidas por todo el mundo se han encontrado espiritualmente unidas cada año, en el cuarto domingo de Pascua, para implorar a Dios el don de santas vocaciones y proponer a la reflexión común la urgencia de la respuesta a la llamada divina. Esta significativa cita anual ha favorecido, en efecto, un fuerte empeño por situar cada vez más en el centro de la espiritualidad, de la acción pastoral y de la oración de los fieles, la importancia de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
La esperanza es espera de algo positivo para el futuro, pero que, al mismo tiempo, sostiene nuestro presente, marcado frecuentemente por insatisfacciones y fracasos. ¿Dónde se funda nuestra esperanza? Contemplando la historia del pueblo de Israel narrada en el Antiguo Testamento, vemos cómo, también en los momentos de mayor dificultad como los del Exilio, aparece un elemento constante, subrayado particularmente por los profetas: la memoria de las promesas hechas por Dios a los Patriarcas; memoria que lleva a imitar la actitud ejemplar de Abrahán, el cual, recuerda el Apóstol Pablo, «apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: Así será tu descendencia» (Rm 4,18). Una verdad consoladora e iluminante que sobresale a lo largo de toda la historia de la salvación es, por tanto, la fidelidad de Dios a la alianza, a la cual se ha comprometido y que ha renovado cada vez que el hombre la ha quebrantado con la infidelidad y con el pecado, desde el tiempo del diluvio (cf. Gn 8,21-22), al del éxodo y el camino por el desierto (cf. Dt 9,7); fidelidad de Dios que ha venido a sellar la nueva y eterna alianza con el hombre, mediante la sangre de su Hijo, muerto y resucitado para nuestra salvación.
En todo momento, sobre todo en aquellos más difíciles, la fidelidad del Señor, auténtica fuerza motriz de la historia de la salvación, es la que siempre hace vibrar los corazones de los hombres y de las mujeres, confirmándolos en la esperanza de alcanzar un día la «Tierra prometida». Aquí está el fundamento seguro de toda esperanza: Dios no nos deja nunca solos y es fiel a la palabra dada. Por este motivo, en toda situación gozosa o desfavorable, podemos nutrir una sólida esperanza y rezar con el salmista: «Descansa sólo Dios, alma mía, porque él es mi esperanza» (Sal 62,6). Tener esperanza equivale, pues, a confiar en el Dios fiel, que mantiene las promesas de la alianza. Fe y esperanza están, por tanto, estrechamente unidas. De hecho, «“esperanza”, es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes las palabras “fe” y “esperanza” parecen intercambiables. Así, la Carta a los Hebreos une estrechamente la “plenitud de la fe” (10,22) con la “firme confesión de la esperanza” (10,23). También cuando la Primera Carta de Pedro exhorta a los cristianos a estar siempre prontos para dar una respuesta sobre el logos –el sentido y la razón– de su esperanza (cf. 3,15), “esperanza” equivale a “fe”» (Enc. Spe salvi, 2).
Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué consiste la fidelidad de Dios en la que se puede confiar con firme esperanza? En su amor. Él, que es Padre, vuelca en nuestro yo más profundo su amor, mediante el Espíritu Santo (cf. Rm 5,5). Y este amor, que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, interpela a nuestra existencia, pide una respuesta sobre aquello que cada uno quiere hacer de su propia vida, sobre cuánto está dispuesto a empeñarse para realizarla plenamente. El amor de Dios sigue, en ocasiones, caminos impensables, pero alcanza siempre a aquellos que se dejan encontrar. La esperanza se alimenta, por tanto, de esta certeza: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16). Y este amor exigente, profundo, que va más allá de lo superficial, nos alienta, nos hace esperar en el camino de la vida y en el futuro, nos hace tener confianza en nosotros mismos, en la historia y en los demás. Quisiera dirigirme de modo particular a vosotros jóvenes y repetiros: «¿Qué sería vuestra vida sin este amor? Dios cuida del hombre desde la creación hasta el fin de los tiempos, cuando llevará a cabo su proyecto de salvación. ¡En el Señor resucitado tenemos la certeza de nuestra esperanza!» (Discurso a los jóvenes de la diócesis de San Marino-Montefeltro, 19 junio 2011).
Como sucedió en el curso de su existencia terrena, también hoy Jesús, el Resucitado, pasa a través de los caminos de nuestra vida, y nos ve inmersos en nuestras actividades, con nuestros deseos y nuestras necesidades. Precisamente en el devenir cotidiano sigue dirigiéndonos su palabra; nos llama a realizar nuestra vida con él, el único capaz de apagar nuestra sed de esperanza. Él, que vive en la comunidad de discípulos que es la Iglesia, también hoy llama a seguirlo. Y esta llamada puede llegar en cualquier momento. También ahora Jesús repite: «Ven y sígueme» (Mc 10,21). Para responder a esta invitación es necesario dejar de elegir por sí mismo el propio camino. Seguirlo significa sumergir la propia voluntad en la voluntad de Jesús, darle verdaderamente la precedencia, ponerlo en primer lugar frente a todo lo que forma parte de nuestra vida: la familia, el trabajo, los intereses personales, nosotros mismos. Significa entregar la propia vida a él, vivir con él en profunda intimidad, entrar a través de él en comunión con el Padre y con el Espíritu Santo y, en consecuencia, con los hermanos y hermanas. Esta comunión de vida con Jesús es el «lugar» privilegiado donde se experimenta la esperanza y donde la vida será libre y plena.
Las vocaciones sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para entrar en su voluntad. Es necesario, pues, crecer en la experiencia de fe, entendida como relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena dentro de nosotros. Este itinerario, que hace capaz de acoger la llamada de Dios, tiene lugar dentro de las comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio, una pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino de Dios, alimentado por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una fervorosa vida de oración. Esta última «debe ser, por una parte, muy personal, una confrontación de mi yo con Dios, con el Dios vivo. Pero, por otra, ha de estar guiada e iluminada una y otra vez por las grandes oraciones de la Iglesia y de los santos, por la oración litúrgica, en la cual el Señor nos enseña constantemente a rezar correctamente» (Enc. Spe salvi, 34).
La oración constante y profunda hace crecer la fe de la comunidad cristiana, en la certeza siempre renovada de que Dios nunca abandona a su pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones especiales, al sacerdocio y a la vida consagrada, para que sean signos de esperanza para el mundo. En efecto, los presbíteros y los religiosos están llamados a darse de modo incondicional al Pueblo de Dios, en un servicio de amor al Evangelio y a la Iglesia, un servicio a aquella firme esperanza que sólo la apertura al horizonte de Dios puede dar. Por tanto, ellos, con el testimonio de su fe y con su fervor apostólico, pueden transmitir, en particular a las nuevas generaciones, el vivo deseo de responder generosamente y sin demora a Cristo que llama a seguirlo más de cerca. La respuesta a la llamada divina por parte de un discípulo de Jesús para dedicarse al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada, se manifiesta como uno de los frutos más maduros de la comunidad cristiana, que ayuda a mirar con particular confianza y esperanza al futuro de la Iglesia y a su tarea de evangelización. Esta tarea necesita siempre de nuevos obreros para la predicación del Evangelio, para la celebración de la Eucaristía y para el sacramento de la reconciliación. Por eso, que no falten sacerdotes celosos, que sepan acompañar a los jóvenes como «compañeros de viaje» para ayudarles a reconocer, en el camino a veces tortuoso y oscuro de la vida, a Cristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6); para proponerles con valentía evangélica la belleza del servicio a Dios, a la comunidad cristiana y a los hermanos. Sacerdotes que muestren la fecundidad de una tarea entusiasmante, que confiere un sentido de plenitud a la propia existencia, por estar fundada sobre la fe en Aquel que nos ha amado en primer lugar (cf. 1Jn 4,19). Igualmente, deseo que los jóvenes, en medio de tantas propuestas superficiales y efímeras, sepan cultivar la atracción hacia los valores, las altas metas, las opciones radicales, para un servicio a los demás siguiendo las huellas de Jesús. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de seguirlo y de recorrer con intrepidez los exigentes senderos de la caridad y del compromiso generoso. Así seréis felices de servir, seréis testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar, seréis llamas vivas de un amor infinito y eterno, aprenderéis a «dar razón de vuestra esperanza» (1 P 3,15).
Vaticano, 6 de octubre de 2012
BENEDICTO XVI
© Copyright 2012 - Libreria Editrice Vaticana

 Esperamos Santas Vocaciones Santas para su acompañamiento como compañeros de viaje.

martes, 15 de octubre de 2013

YO TAMBIÉN TENGO QUE LLORAR

La vida es un tesoro que expresa el amor inmenso que Dios nos tiene. Sin él ella pierde sentido, pierde valor, pierde su esencia. La vida es una experiencia de Dios en nosotros y por ello, damos el mejor sentido a la misma. Dicha experiencia va acompañada de un existir libre, inteligente y amoroso.
Libre porque a pesar de nuestros tropiezos engaños y errores que nos alejan de Él, nunca llega a reclamar, a pisotear, a reprochar; es más, muchas veces se compadece de nuestra debilidad y con mucha misericordia nos perdona y nos alienta para que no volvamos a repetir ese desatino que nos alejó de su presencia.
En un acto de inteligencia somos capaces de aceptar las evidencias que nos muestran la presencia de Dios en las personas-mamá, papá, hermanos, amigos, tantos que nos muestran que existe a pesar de que ahora muchos lo nieguen. Inteligencia para reconocerlo en una Hostia y en un Vino, Cuerpo y Sangre de Cristo quien se enfrentó al mal, para redimirnos y se quedó como alimento para el cuerpo y el alma; ese reconocimiento es tan fuerte que se entra en comunión y se recibe como comunión.
El amor supremo da lugar a la entrega de la vida por el otro, a ser capaces de un sacrificio para que todos se salven. Un amor semejante se tiene cuando se hacen, se dicen, se actúan condiciones que llevan a mostrar, dentro de la sencillez, que amamos a quienes nos rodean, que amamos a quienes hacen parte de nuestro entorno, de nuestra familia, de nuestros amigos. Amor expresado en un compartir, jugar, reír, cantar, correr y en un momento determinado de la historia, llorar, porque llorando también se ama. Llorar porque te necesito, porque te quiero cerca, porque llorar es así.
Había llorado por ese amor supremo, por esa necesidad de cercanía, había llorado mucho rato, y muchos sonreíamos. Un niño llorando así, muestra su ternura, muestra su inocencia y nos acerca a la realidad del querer. Con Él habíamos jugado a las cosquillas, a la riza desde el fondo como muestra de alegría y entusiasmo y con esa experiencia, luego cobramos ese llanto de la misma manera. Fueron cosquillas que lo hacían carcajearse también por mucho rato.
Nos unimos a Cristo en el dolor, que se sufre cuando se redime, y lo acompañamos, cuando haciendo parte de ese dolor, lo donamos en la forma expresiva de la redención. Así son los Santos. Ahora, hay uno más, un Ángel, que parte para el cielo a mirar desde lo alto y a cuidar desde la presencia Divina, que todos amemos a Dios. Así las cosas yo también tengo que llorar, pero no lloro de tristeza o melancolía porque se fue, porque partió, porque no está, al contrario, lloro de alegría, porque está disfrutando la alegría de la presencia Divina, está contemplando su rostro, está viviendo la paz del Señor. Que Dios nos bendiga. Adiós  Helmer Ricardo.











lunes, 14 de octubre de 2013

Pastoral Vocacional Oblatos de Matovelle

CONGREGACIÓN  DE MISIONEROS OBLATOS DE LOS CORAZONES SANTÍSIMOS DE JESÚS Y MARÍA
DEPARTAMENTO DE ANIMACIÓN  VOCACIONAL OBLATA
Conscientes de la Responsabilidad para alentar a los jóvenes que sienten la llamada vocacional, como lo expreso  el Papa Emérito Benedicto XVI en su mensaje  para la 48ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, esta comunidad, mediante su Departamento de Animación Vocacional, se propone renovar con ardor, esta difícil misión en la búsqueda de obreros para la mies.
Haremos esfuerzos encaminados a lograr que se “oiga la voz” en donde “otras voces” la ahogan; utilizando diferentes  medios y herramientas novedosas, que puedan llegar a ser escuchadas. La propuesta de entregar la vida por los demás, debe ser anunciada con la energía que se requiere en esta época y con la demostración de que se trata del mejor camino elegible para lograr cumplir con la misión que da sentido a la vida.
Queremos alentar a todos aquellos jóvenes que tienen una inquietud, una aspiración, un anhelo, un deseo por la Vocación Sacerdotal, de manera que se despejen sus dudas, sus inquietudes y sus temores por elegir esa opción de vida y, como dice el Papa ““sientan el calor de toda la comunidad al decir 'sí' a Dios y a la Iglesia”.
Desde nuestros colegios, medios de comunicación, santuarios, parroquias; animaremos a las familias, a las comunidades parroquiales, a todos los fieles, para que pongan la mirada  en ese Dios que quiere ser anunciado constantemente, mediante sus sacerdotes, para que surjan nuevas vocaciones que, con un proceso responsable, se conviertan en santos sacerdotes, obreros de la mies.
Desde luego que ayudaremos a los niños y Jóvenes “para que madure en ellos una genuina y afectuosa amistad con el Señor, cultivada en la oración personal y litúrgica; para que aprendan a escuchar atenta y fructíferamente la Palabra de Dios, mediante una creciente familiaridad con las Sagradas Escrituras”.
Sabemos y reconocemos en efecto “que adentrarse en la voluntad de Dios no aniquila y no destruye a la persona, sino que permite descubrir y seguir la verdad más profunda sobre sí mismos”. La elección de sacerdocio, por el contrario hace que la vida tenga un mayor sentido y que adicionalmente, se cumplen con muchas de las expectativas que se tiene para la consecución de un futuro adecuado y duradero. Un sacerdote, en su misión, hace parte de la guía para que muchos puedan enfrentar dificultades, que sin su ayuda, se diluyen y terminan en fracasos. En el “abrirse al amor de Dios es como se encuentra la verdadera alegría y la plena realización de las propias aspiraciones”.
Como promotores, catequistas y animadores de las vocaciones en esta comunidad y convencidos de nuestra misión educativa, nos comprometemos a cultivar en los adolescentes que se nos han confiado, de forma que éstos puedan sentir y seguir con buen ánimo la vocación divina”.

También desde aquí, fomentaremos la oración, profunda y con un sentido inmenso de fe, por las vocaciones de Santos Sacerdotes, involucrando a familias, a los diferentes miembros de los grupos parroquiales y a los fieles que visitan nuestras parroquias y santuarios.
Con la utilización de los medios electrónicos, que ahora tanto manejan los jóvenes, nos proponemos compartir información, datos, videos, tarjetas, links, en fin, todo aquello que redunde en beneficios para que la Pastoral Vocacional se convierta en una activa herramienta de comunicación y del ejercicio de la formación hacia las vocaciones.
En las visitas familiares para los aspirantes vocacionados, incentivaremos la formación desde los hogares, la oración de compromiso y la visión de una realidad de alegría y gratitud para con el dador de la Vida ante la presentación de esta opción religiosa.
La Pastoral Vocacional, estará en continua formación, adquiriendo cada día, las competencias que fomenten un mejor desempeño en el trabajo de la promoción. El manejo sociológico, psicológico, Disciplinario y riguroso de los aspirantes, será realizado con profesionalismo, dando lugar a que el resultado sea el requerido por la comunidad y el Sacerdocio Ministerial.
En el día del Buen Pastor, damos gracias a Dios Padre por nuestra vida, a su Hijo Jesucristo por nuestra salvación, al Espíritu Santo por su permanente compañía y a la Santísima virgen por su catequesis constante que sirve como faro en el caminar de esta nueva etapa de mi vida.
Que nuestro fundador Venerable Padre Julio María Matovelle, haga fructificar el ejercicio de esta pastoral dando así lugar a la Promesa de Jesús en el Nuevo Reino.

Fraternalmente;
Miguel Ángel Rodríguez Malaver  O Cc. Ss.
Promotor Pastoral Vocacional
Provincia de Oblatos en Colombia        www.oblatos.com
Calle 70A Nº 7-63 Tel. 2493414
Móvil: 312-4035956



domingo, 6 de octubre de 2013

Congregación de Misioneros Oblatos de los Corazones Santísimos de Jesús y María 129 años.

Esta es la historia de los hombres, unos suben y otros bajan. Pero, ¿a qué, entonces, ese empeño tenaz en subir a las altas cumbres, si pasada una centena de años, apenas ha de quedar memoria de nosotros?
P. Julio María Matovelle (Fundador de Misioneros Oblatos)
El Venerable Padre José Julio María Matovelle  hacía esta reflexión en el ámbito de aquellos que solo piensan en el poder y el tener y que con ello podrían ser reconocidos; en su caso la realidad ha sido otra ya que no buscó el poder ni el tener si algo más grande, el dar, el entregar,  el donar, la misión oblativa, que sigue los pasos de Jesucristo, se muestra ahora, pasados ya 129 años como la realidad de esa donación.
Han pasado muchos misioneros Oblatos, que producen una realidad efectiva en los colegios, en los santuarios, en las parroquias, en fin en todos los lugares en donde el don entregado como carisma, se vive con amor y se muestra con caridad.
La posmodernidad, las nuevas tecnologías, las nuevas estructuras de pensamiento que posibilitan alternativas diferentes, son entre muchas, condicionantes que nos hacen mirar un más allá para Re-crearnos en el Corazón de Cristo  para una misión transformadora en el mundo de hoy.
Los Misioneros Oblatos, somos conscientes de los cambios de épocas y de formas de actuar y de ver lo que trae el mundo religioso y el mundo secular. Esa mirada profunda sirve para análisis apropiado, técnico, positivo y pro positivo, en este peregrinar nuestro. 
Haremos nuestros mejores esfuerzos para seguir llevando la imagen de Jesucristo Eucaristía a todas las naciones y a todo el mundo, como una oblación que sea agradable a Dios padre en el Espíritu Santo.
Los invitamos a seguir nuestro recorrido evangélico y a que quienes cumplen con las condiciones y el perfil de los Oblatos, puedan consultarnos para hacer parte de este grupo. Bendiciones.