Cuando, en las diferentes estrategias que
enfrentamos con el fin de realizar la “Promoción Vocacional” o lo que ahora más
acertadamente llamamos “Animación Vocacional”, siempre nos inquieta la
percepción que los candidatos puedan tener al respecto de la frase “Me hago
Sacerdote”. Y es que resulta evidente que la búsqueda final tiene sentido y se
configura en esa realidad, pero ella de por si no puede ser un llegar, un
terminar, un cumplir con un deseo o propósito, como algo meramente
circunstancial o quizás profesional, sin más ni más. La mirada personal se
consolida con la realidad de vida que una persona elije con este destino y como
ese escenario se manifiesta en el ejemplo, testimonio,
modelo, entrega, abnegación, compromiso y seguimiento hacia una vida especial y
trascendental que lo envuelve todo.
En la Congregación de Misioneros Oblatos de los
Corazones Santísimos de Jesús y María, su fundador, el Venerable padre Julio
María Matovelle, puso un punto muy alto para quienes llegan hasta allí. Y es
que, en ese sentido, su perspectiva a seguir fue: “Entro en el Sacerdocio para
hacerme Santo”; y más aún, diciendo como: “en la Oración, En el Retiro y en
el estudio”, además del ejercicio mismo del ministerio en la salvación
de las almas. Estaba tan convencido de su vocación que ya tenía escrito su
forma de proceder en la misma: 1ª “Cuésteme lo que me costare, confiando en la
gracia de Dios, me esforzaré en adquirir la perfección sacerdotal, considerando
para ello que la medida de la perfección no está tanto en la sublimidad de las
obras, como en la pureza de intención con que se las hace”. Aquí deja
claro que la mediocridad del sacerdocio no existe para él. Desde luego es una
invitación tácita para que los sacerdotes Oblatos no caigan en la tentación de
la mediocridad. 2ª “La perfección para mí estará en conformarme en todo plena y
gustosamente en la voluntad santísima de Dios; acatando, como manifestaciones
de esta Voluntad Divina, todas las órdenes de mis superiores”. Se trata de un acatamiento completo y
radical hacia la voluntad divina y por ende a la de los superiores. La claridad
hace comprender que la voluntad de los superiores, siempre debe estar unida a
la voluntad divina y reconocida así, se da lugar a la obediencia positiva del
querer de Dios. 3ª La desposada de mi alma, mi virtud predilecta será la caridad: esto
es hacerlo todo por amor de Dios y amar y servir al prójimo por amor de Dios.
La caridad es el AMOR, escrito así, con mayúscula, lo que nos lleva a entender
que es lo máximo, que el accionar en todo sentido implica amar sin condiciones
ni restricciones, en la plenitud que sólo Dios da. Es una entrega fraterna a mí
mismo y al otro, compañero de camino que también entrega caridad. 4ª
Procuraré vivir en el mundo como si no existiéramos en él sino Dios y yo, Todo
por Dios y para Dios. Se trata de la entrega total, que,
paradójicamente, nos coloca al servicio del prójimo, entendido como el próximo el
cercano, el hermano de comunidad, pero también el lejano más necesitado. Todos
ellos reflejo de la imagen de Dios (Cf. Gen 1, 27). 5ª Recordaré siempre que dejé al
mundo por amor al Santísimo Sacramento y recordaré además que gracia tan grande
debo a la intercesión de mi única Madre, la Santísima Virgen. Mi oficio en el
sacerdocio será hacer con el Santísimo Sacramento lo que practicaría con este
misterio adorable la Virgen Inmaculada, si viviera aún sobre la tierra.
Es la hermosura del sentimiento Divino, reflejado en un ser que como humano
vivió en esta tierra, dando ejemplo de humildad y de entrega a Dios hijo sin
olvidar su esencia; el sacerdote, en todos los casos, no debe olvidarse que su
ministerio refleja a Cristo y lo vive como lo hizo la Virgen María, siendo un
ser humano igual a cada uno de nosotros. Sea para siempre bendito, alabado y
adorado el Santísimo Sacramento del Altar. 6ª Me esforzaré, durante todo mi ministerio
sacerdotal, en honrar y hacer honrar por los fieles confiados a mi cuidado, a
la Virgen Sacratísima, considerando esto como uno de los principales deberes de
mi sacerdocio. Es común el encontrar, especialmente en los llamados
“hermanos separados”, pero también en muchas otras culturas religiosas, que la
Virgen María, no debería ser venerada. Aquí deja claramente establecido, el
padre Matovelle, que ella representa una personalidad a seguir y la coloca como
un ejemplo de vida, que será un camino para llegar a Cristo. La veneración a la
Virgen María da paso a la adoración al Santísimo y refleja la acción personal
del creyente en lo que Jesús amo, a su Madre Santísima.
Que feliz sería, cualquier persona que pudiera
llegar a ser santo, y el camino, la guía, la ruta que plantea el Padre Julio
María, pasa por la Oración, que no es
más que el encuentro en un diálogo muy sincero, abierto y amoroso, de amigos,
con nuestro Padre Creador, nuestro hermano Jesucristo, su Hijo Redentor, y con
el Espíritu Santo Santificador. Es dar rienda suelta al hablar, como lo hace un
niño perdido, en la esperanza de que sea encontrado. Es el diálogo amoroso ante
quien sabemos nos ama tanto y en ese coloquio, dar rienda suelta a nuestro
cariño, nuestra fragilidad y nuestra expectación. Qué más podemos pedir a la
vida, qué más puede un deseo de entrega y de abnegación ante quien nos ha dado
la vida y busca nuestro bienestar.
Retirarse así, es entrar en
soledad, es plantear un encuentro consigo mismo, para examinarse, para
confrontarse y meditar sobre lo que se vive, se hace, se proyecta, se espera,
se quiere entregar, sin más ni más. Es ese desierto que Cristo, llevado por el
Espíritu, siguió al comienzo de su ministerio. Es un compromiso en el ejercicio
del ministerio sacerdotal, que hace fructífero el mismo y lo lleva a un
pedestal en donde se debe situar su esencia. El sacerdote, sigue ese camino,
con una confianza extrema que se paga en la eternidad. Eso hace este ministerio
una fuente de vida en el aquí y en el ahora, pero la proyecta en el más allá y
en la Vida Eterna.
El estudio es la
fuente que conduce a la persona al saber para entregarse. Es una forma de ser
al conocer. Al estudiar, la preparación conlleva a capacitarse para tener una profunda
entrega, una donación de ese aprendizaje que hace partícipe a otros de una vida
plena en el convencimiento de lo conocido. La vida, en su movimiento, en su
quehacer, en su rutina diaria, plantea retos, luchas, dificultades, encrucijadas
que deben ser resueltas en el mismo actuar del diario vivir. La experiencia
logra resolver esos retos y con ello se obtiene el saber, ese que se estudia y
luego se entrega. El ministerio sacerdotal, así visto, es una entrega de
conocimiento, surgido a partir del estudio, franco, comprometido y pleno, para
que otros participen de la experiencia del saber y del conocer.
Ahora te pregunto: ¿Quieres ser Sacerdote?
¿Estás animado a vivir la experiencia de Cristo como Sacerdote? ¿Sabes lo que
significa ser sacerdote? ¿Encuentras sentido en ser un Misionero Oblato de
Matovelle, con su carisma y su fidelidad?
Ahora te pregunto a ti, sacerdote Oblato,
Oblato de Matovelle: ¿Si estás siguiendo esta senda, este camino, esta ruta?
¿Te agobian la tristeza, la desilusión, la fatiga, el cansancio, los años?
¿Estás buscando las fuerzas, el ánimo, la esperanza y la alegría en el lugar
indicado? ¿Estás poniendo tu confianza en la gracia de Dios que a todos se nos
otorga? ¿Haces el esfuerzo adecuado para que tu perfección sacerdotal sea la
máxima? ¿Estás seguro de que cumples con la voluntad de Dios en todas tus
tareas, labores, encargos y diligencias? ¿Le pides a la Virgen María, que te
ayude a recuperar fuerzas, a dar las batallas necesarias para ser cada día un
mejor sacerdote? ¿Si entregas el amor requerido para lo que día adía se te
presenta en el ejercicio de tu ministerio? ¿Estás orando por ti, por mí, por
todos, para que seamos perfectos como Dios quiere?
!UN ABRAZO PARA TODOS Y TODAS¡