miércoles, 11 de noviembre de 2015

Vocación y debilidades

Este es sólo uno  de los tantos acercamientos hacia el tema vocacional, en especial el religioso, y como se mira. Es tomado de Internet y resulta interesante análisis.

No son pocas las dificultades a las que tiene que enfrentarse tanto quien quiere descubrir su vocación como quien ya la ha descubierto y ahora apuesta por ella. Sea como fuere, que nadie piense que con un paso adelante o con un paso atrás desaparecen. Es más, la vida confirma que en cada momento se presentan las debilidades de muchas maneras, bajo apariencias de lo más diverso, y algunas incluso teñidas de una ingenua bondad.

Por un lado, la debilidad antes de tomar la decisión de nuestra propia vocación puede enfocarnos a creer que debemos ser perfectos antes de dar los primeros pasos, a sentir que no llegamos o que no valemos. Y dicho sea de paso, si Dios nos llamó siendo débiles y tocó nuestro corazón así, con sus grandezas y pequeñeces, ¿qué nos hace pensar que no quiere precisamente también todo eso que nos hace vulnerables y frágiles? ¿No puede ser ése, precisamente el inicio de todo, y darle la vuelta así a toda esa historia? ¿Podríamos llegar a descubrir y agradecer la debilidad si la ponemos en manos de Dios? Sin duda alguna esta es la experiencia y la historia de muchos de los grandes santos de la historia de la Iglesia, y también de los amigos de Dios que recorren actualmente el mundo.
Respecto a las debilidades del inicio, voy a destacar algunas:
1.      Deseo de claridad vocacional, de certezas y seguridades. Una exigencia no poco común entre las personas que se sienten llamadas, y que al inicio aflora con bastante cotidianidad. Que nadie se sienta mal, porque es además lo propio. No conozco a nadie que quiera jugarse la vida por entero que no se plantee seriamente esta cuestión. Se convierte en descubrimiento personal, en un tiempo de sinceridad con uno mismo, en crecimiento cristiano y humano en todos los sentidos. Nada queda ajeno, y así se vive, a la llamada. Y es que precisamente es signo de ese toque magistral de Dios a nuestro corazón que todo quede afectado y que todo se viva en conjunto. Ninguna otra realidad de nuestro mundo tiene una potencia integradora tan fuerte como dejar que Dios nos llame. Frente a la debilidad de esta búsqueda de certeza aparecen igualmente signos y presencias que me animan a confiar, que me muestran cómo lo que empezó en lo pequeño tiene que continuar en lo pequeño. Personalmente agradezco infinitamente mis primeros diálogos sinceros sobre este tema, cuando ni yo sabía lo que realmente estaba pasando ni me imaginaba que mi vocación me iba a llevar a vivir de la forma que vivo, ni a conocer a las personas que se han hecho para mí indispensables en mi vocación, ni a la maravilla de sentirse tan feliz en un camino tan diferente al de mis contemporáneos. Lo que Dios me descubrió al principio no pretendía convencerme, no era un discurso político desde lo alto de una tribuna, sino que era lenguaje dirigido al corazón de mi historia en aquel momento, lo suficiente como para que diera los primeros pasos y siguiese en búsqueda, en descubrimiento, en asombro permanente. Dios lo hace todo nuevo, y por lo tanto Dios me sigue llamando a día de hoy.
2.      Creer que esto es para unos pocos, y preguntarme si soy de los pocos a los que Dios llama. Es un segundo momento precioso. Porque entiendo que lo que estoy viviendo es único, original y que es para mí. Entonces se mira alrededor, como alguien sentado en una estación solitaria de metro por la noche. O se mira alrededor rodeado de personas comprobando que estoy tan metido en lo mío, tan tocado interiormente que todo me parece ajeno. Y aparece la soledad de la llamada. Sin duda alguna es de Dios todo aquello que nos llama y nos reúne para algo grande, y algo que nos supera a nosotros mismos. Es lo que contemplamos, como digo, al inicio de la llamada. No queremos una vida vacía sino una vida llena, y sentimos que con Dios puede sobreabundar. Los deseos son de todo tipo, las motivaciones muy variadas, todo está mezclado y llegará el tiempo de clarificar. Pero tan fuerte es la llamada que nos sentimos convocados a la grandeza, a la significatividad, a la santidad. La mediocridad la hemos abandonado, y creemos que valemos para lo más alto, para los dones del cielo y para los más humanos de la tierra. Entre tanta grandeza nada se nos hace ajeno, estamos en familia. Y es entonces, como digo, cuando aparece la debilidad y el interrogante de si no será esto cosa que estamos pensando, pero que realmente es para unos pocos elegidos de la historia. Y por lo tanto, no está hecho para la medida que yo conozco de mí mismo, por mucha pasión que me despierte. Y, siendo tan cierta y evidente nuestra debilidad, nos confunde tanta maravilla, hasta el punto de querer rechazarla. Para quienes estén viviendo este momento, se sientan apasionados por algo en su vida y se sientan llamados por Dios a algo grande, decirles con sinceridad que nada merece tanto la pena como querer levantarse cada mañana soñando, que nada como acostarse cada día con la confianza de estar cambiando el mundo y dándole el alma que necesita.
3.      Buscar los opuestos en lugar de las afinidades. Podemos encontrar mil razones para decir que “no” al Señor y sentirnos y sentarnos tranquilos en el sillón. Algunas de esas razones serán incluso buenas, nos parecerán convincentes y nos traerán descanso y tranquilidad. Tanta tranquilidad que es cierto que todo parecerá tan sereno como un rincón vacío de un pueblo sin habitantes. Es la paz de los que no tienen nada de lo que preocuparse ni por lo que sufrir. Los opuestos a la vocación son el engaño de la propia libertad, como si decir que sí a Dios fuera quedarse sin decisión y sin voluntad; otro es el movimiento que produce la masa, y comprobamos cuánto hemos respirado de la vida de otros, hasta el punto de costarnos una inmensidad avanzar y crecer por nosotros mismos, tomando nuestras propias decisiones; otro es el opuesto de mí mismo, y lo que en mí entra en conflicto con la vida que el Señor me propone, porque puedo fijarme tanto en mis debilidades que las grandezas queden arrinconadas en un pasillo de mis grandes estancias interiores. Los opuestos, como digo, son tantos y de tantos colores que siempre encontremos razones para defendernos de aquello que nuestro corazón siente, que nuestro deseo impulsa y que nuestra inteligencia lúcida y más despierta que nunca atiende, que nuestra vida ha cautivado. De alguna manera, y permitidme que lo diga, Dios se va a valer durante toda nuestra historia de este juego para hacernos crecer, iluminando poco a poco lo que hay en el corazón, nuestras motivaciones, y lo que hay en la historia y la realidad y que espera nuestra respuesta. No nos confundamos demasiado, porque estas “oposiones” están puestas muchas veces para nuestra propia salvación. Todo es para bien de los que aman a Dios.
A todos los que están en algún momento vocacional, que están sintiendo igualmente la debilidad, decirles con sinceridad que no desaparecen con el tiempo. Sin embargo, pueden darle también la vuelta y respirar en ellas, y gracias a ellas, la grandeza de la persona. Si Dios nos llama conociéndonos y amándonos hasta el extremo, es porque no desea en absoluto que nos libremos de esas pequeñeces para dar los primeros pasos. De hecho, puede incluso que cuente con nuestra debilidad más de lo que a nosotros nos gustaría. Así es Dios, imprevisible la mayor parte de las veces; y el resto, excesivamente desbordante.
Este post es gracias a una conversación que he tenido hoy con una persona inquieta, de la que conozco poco más allá de su corazón y sus inquietudes, y con la que he hablado a través de Facebook. Si estás tú también inquieto, te invito dialogar y a buscar juntos. 


Que Dios trino siga influyendo para que las vocaciones sacerdotales sigan acompañando la vida de los pueblos y que en especial, los Misioneros Oblatos de los Corazones Santísimos, encuentren el Carisma como algo de caridad para quien llega a servir.