miércoles, 11 de junio de 2014

Comenzar desde el corazon

Comenzar desde el Corazón[i]
Hay en el evangelio de Mateo un capítulo, el décimo, al que a menudo se titula “Discurso Misionero”. Para entender el significado de esta expresión, hay que saber que Mateo ha redactado su Evangelio con un orden muy preciso, y entre otras cosas ha organizado muchas palabras de Jesús en “unidades didácticas” que desarrollan cada una un tema particular. Palabras que Jesús dijo, y tal vez repitió, en circunstancias diversas, son reunidas por Mateo como un manual de instrucciones, de forma que encontrarlas resulte más fácil  para el lector.
El “discurso misionero” es una de estas unidades didácticas. No es todo el Evangelio, de acuerdo, pero tampoco es un capítulo secundario reservado a pocos especialistas. Más aún, si lo pensamos bien, es algo muy importante, sin lo cual el Evangelio mismo no tendría sentido. Si, en efecto, el Evangelio es, como la palabra lo dice, una “buena noticia”, ¿Qué tipo de noticia sería si no se divulgara? En verdad, el misionero es un mensajero, uno que lleva un anuncio gozoso. ¿Qué debe anunciar? ¿Cómo? ¿A quién? ¿Por qué? ¿Y cómo comportarse cuando el anuncio es rechazado? Es toda una serie de preguntas que encuentran  una respuesta propia en el capítulo 10 de Mateo, que nos servirá para señalar algunas características de lo que se llama “espiritualidad misionera”, es decir, toda una serie de actitudes del corazón y de comportamientos prácticos que debe tener el que quiere vivir como “misionero” su fe.


Pero  antes de comenzar, hay dos cosas de verdad importantes para entender. Cuando queremos aprender algo, nos interesa pronto dónde hallar las “instrucciones”. Hoy se venden muchos juegos tan complicados, que para entender su funcionamiento hay que estudiar antes unas explicaciones difíciles y minuciosas.
¿Quizá el “discurso misionero” contiene explicaciones sobre cómo hacer funcionar la “misión”? Sí y no. Pero no pensemos que se trata sólo de palabras, aunque hayamos llamado  a esta página “discurso”. Mateo, en efecto, no ha recogido en su Evangelio sólo las palabras de Jesús, sino que también, y sobre todo, sus acciones y sus gestos. Lo que Jesús hizo es tan importante como lo que dijo. Las palabras explican, preceden y comentan los gestos, ayudándonos a entender lo que éstos significan. Los gestos,  a su vez, confirman las palabras, las hacen verdaderas y concretas. Nunca se pueden separar los primeros de las segundas. Y tampoco se puede olvidar que para entender bien el “discurso misionero” hay que conocer todo el Evangelio, tener ante los ojos las acciones y comportamientos de Jesús.
Gestos y palabras revelan algo más profundo: el corazón. Desde allí se comienza y allí se debe llegar. Porque desde allí comienza también Jesús, y esta es la segunda cosa importante, una verdadera y propia premisa sin la cual la “misión” no se mantiene en pie y corre el riesgo de tirar puños al aire. Una premisa es algo “puesto antes”: se trata, entonces, de algo sin lo cual no se comienza, pero también de una energía que debe continuamente sostener y alimentar el impulso inicial. Usando la imagen del jet o del misil, podemos hablar de un “propelente”, palabra que indica una fuerza que impulsa hacia delante y que mantiene el vuelo. ¿Cuál es el propelente que se indica al inicio del discurso misionero como una premisa necesaria?

Justamente en los dos capítulos 8 y 9 que preceden al nuestro, Mateo cuenta una serie de curaciones: Jesús cura a un leproso, al criado de un centurión, a la suegra de Pedro, a dos endemoniados locos furiosos, a un paralítico, a una mujer que pierde sangre, a dos ciegos, a un mudo, y resucita a una joven; calma además una tempestad en el lago invitando a sus amigos a no tener miedo. El evangelista nos dice también que Jesús llama a seguirlo a un recaudador de impuestos, llamado Mateo, y que, con el asombro de unos buenos fariseos, come con él y con personas de su profesión: “publicanos y pecadores” los llama el Evangelio, como para decir ladrones y gente de las cuales no hay que fiarse, pero a quienes Jesús anuncia, también  con el ofrecimiento de su amistad, que Dios es “misericordia” y que los ama también a ellos. Éstos son los “hechos”, y Mateo resume todo diciendo que “Jesús recorría  todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas judías, anunciando la buena noticia del reino y sanando todas las enfermedades y dolencias” (Mt 9,35). Volveremos sobre estas tres actividades de Jesús, pero lo que ahora conviene subrayar es la frase que sigue: “Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas sin pastor” (Mt 9,36). Aquí está la palabra clave que explica el motivo principal de la acción de Jesús, y es la misma palabra que hace de premisa y propelente para la acción misionera: la “compasión”.
Se trata de una palabra que siempre hay que explicar un poco, porque en nuestra lengua tiene a menudo un significado mucho más pobre y limitado que aquel que se muestra en esta página del Evangelio. En efecto, “sentir compasión” quiere decir “sufrir con” y “sufrir por”. Estamos ante una situación que provoca sufrimiento y malestar: decimos no mirar las cosas desde fuera. Sino entrando, asumiendo el dolor del otro como si fuera propio. El “por” se convierte en “con”: el dolor que veo no me deja inerte ni indiferente, pero no se detiene tampoco en una emoción pasajera o en alguna frase apurada con la que quiero consolar sin intervenir demasiado: se convierte, por el contrario, en simpatía y solidaridad, y acción que interviene para quitar la causa del dolor. Esto hizo Jesús, con sus palabras y sus oraciones, su presencia junto a los marginados por parte de las personas de bien. Ésta fue su “misión”, así anunció el “reino de Dios”  y lo hizo visible.
Pero en la base de todo está su “compasión”. ¿Qué hace sufrir al corazón de Jesús? Él ve que la gente está cansada y desanimada, y que no hay un pastor que la cuide y la reúna. Hay que prestar mucha atención a estas palabras. Quizá pensamos que para obrar como Jesús debemos realizar curaciones físicas; pero aquí no se trata en absoluto de esto. El cansancio y el desánimo son males del corazón, dolorosos y peligrosos, y por estos males Jesús sintió compasión; y éstos son los males que Él vino a curar.
El asunto, entonces, es la compasión que nunca tendremos si no estamos atentos a los demás. Estás en una edad en que es más fácil que te cierres en ti mismo, preso de tus sufrimientos y de tus crisis, como si no hubiera nada más en el mundo. Necesitas ser comprendido y compadecido. Tal vez lo hagas ver demasiado: alguno te habrá dicho que vives lamentándote. Jesús te ofrece ciertamente su compasión, pero pide también que mires alrededor, y no sólo a ti mismo. Más aún, puedes participar de la experiencia de tus cansancios y desánimos para entender mejor a los demás, para suscitar en ti la “compasión”. Así te pondrás en sintonía con Jesús, y estarás dispuesto a acoger su “discurso misionero”, y a vivirlo.

Cuando en el ejercicio de buscar candidatas  aspirantes para el ingreso a la formación Religiosa y candidatos aspirantes a la formación Sacerdotal, mucho vale lo que “desde el corazón” nos puedan entregar y en ello influye mucho la humildad, la paciencia y “mansedumbre” –que no conformismo- con que se acerquen las y los jóvenes con dichos propósitos. También quienes los reciben y están atentos a su preparación, deben vivir “desde el corazón” su formación, lo que implica responsabilidad, seriedad y seguridad para que los procesos sean adecuados y den los frutos que Jesús desea.


[i] La Misión Comienza en el Corazón. F. Cagnasso – D. Pezzini págs. 11-15.  COMUNICACIONES SIN FRONTERAS.

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