Los 130 años de oblatividad
marcan una historia dentro de la Congregación de Misioneros Oblatos de los
Corazones Santísimos.
Su inicio se remonta desde mucho
más atrás, puesto que quien la fundo, es el corazón y la vida que palpita
dentro de ella.
El Venerable Padre Julio María
Matovelle ASCETA Y MÍSTICO así lo demuestra:
“La vida de este sapiente y virtuoso varón se
enderezó invariablemente en una línea que no tuvo curva. Su itinerario fue
ejercido de actividades heroicas sin ostentación, sin ruido, sin temor a los
obstáculos, ni por intento, en que se mezclase el polvo de la humana miseria.
Puede asegurarse que desde seglar practicó el programa de la vida perfecta: la
castidad, la pobreza, la obediencia y ésta, la mayor abnegación, la de vencerse
a sí mismo, por imperativo de la conciencia ilustrada, según el más alto
criterio de vida.[i]
La fundación de la Congregación,
fue algo que se formó en la mente y la conciencia del Padre Matovelle, durante
un buen tiempo; estas cosas son delicadas y debes ser meditadas, caviladas y
repasadas hasta que, con la oración se logren hacer realidad. De sus notas y
meditaciones podemos leer lo siguiente:
“Cuenca, 17 de
Septiembre 1884.- Después de algunos años de muchas oraciones y súplicas a
Dios, pareciéndonos ya, a los sacerdotes comprometidos, llegado el tiempo de
llevar a efecto la Asociación de los Oblatos del divino Amor, propusimos la
idea al Señor Vicario Capitular de Cuenca, Dr. José Antonio Piedra, y
solicitamos su aprobación. Muchos días se pasaron sin poder obtenerla; llegó el
14 de Septiembre y deseaba que fuese ese día, fiesta de la Exaltación de la Santa
Cruz, y tampoco era posible. Llegó por fin el 17 de Septiembre, fiesta de la impresión de las llagas de S. Francisco, y
tuve un sentimiento íntimo, clarísimo e indudable de que en ese día iba a ser
aprobada la Asociación. Celebré la Misa de fiesta en el altar de los Dolores de
la Santísima Virgen; y todas las oraciones de la Misa me parecían perfectamente
aplicadas a nuestra Asociación. Después de celebrar, poniéndome a leer la
Sagrada Escritura, ví que me tocaba leer el capítulo 3º de la Apocalipsis,
desde el versículo 7:-Et angelo Phiiladelphiae Scribe. . . Ecce dedi coram te
ostium apetum, quod memo potest claudere. . . Qui vicerit faciam illum columnam
in tempium Dei mei. . .: -Y escribe el ángel de Filadelfia. . . “He aquí que
fuese delante de tus ojos abierta una puerta, que nadie podrá cerrar. . . Al
que venciere yo le haré columna en el templo de mi Dios”. Dios mío, ¿Quién
podrá decir lo que entonces fue revelado a mi espíritu?. . .
El reinado del Sagrado Corazón en la Iglesia, fue puesto
manifiestamente a mi vista. . . A las dos de la tarde de ese mismo día estaba
ya aprobado, precisamente, nuestro Instituto.[ii]
La historia se refiere siempre a
lugares concretos, hechos significativos y personajes importantes. Esa historia
se ha hecho con muchos aciertos y muchas
dificultades y así se cumplen las ideas, proyectos y planes que personajes van
dando a lo largo de su vida, esta pues es una insigne historia que da a la
Iglesia una lucidez impresionante, aún en medio del silencio y del sigilo por
cumplir con la excelencia del seguimiento a Jesucristo. Veamos sólo un pequeño
párrafo de esa historia:
“Todo Instituto nuevo, aun los fundados y
dirigidos con particular inspiración del Cielo, como las grandes Órdenes
religiosas de la Edad Media, han debido pasar por una época de transición y
prueba, durante la que han podido conocer por experiencia cuales eran los
ministerios y las obras a que Dios les había destinado por vocación especial
suya. Con mucha mayor razón, y con necesidad más premiosa todavía, tenía que
verificarse esto mismo en nuestra Congregación naciente, que, no pudiendo compararse
en manera alguna con esas colosales instituciones, ni contando con los
torrentes de luz sobrenatural que a aquellas dirigían, teníamos que inquirir
con paciente esfuerzo y perseverante labor cuales debían ser los ministerios y
las obras más acomodadas a la índole y los propósitos de nuestra Congregación.
Al principio creíamos que podríamos dedicarnos a la dirección de seminarios, de
colegios y escuelas, por lo cual admitimos el cargo de Prefecto de piedad, en
el seminario conciliar de Cuenca, y después nos hicimos cargo de un colegio de
segunda enseñanza y de una escuela primaria de niños, en Azogues; pero luego,
la experiencia vino a demostrarnos que no era del agrado de Dios que nos
dedicáramos a tales trabajos, pues, si bien éstos fueron grandemente provechosos
para las almas de cuya formación nos habíamos encargado, en cambio, nuestro
Instituto se puso, por ello, al borde de la ruina, como luego se verá. De todo
lo cual resulta, como conclusión muy clara, que la obra de las misiones o de
los ejercicios espirituales es la más acomodada a la índole peculiar de nuestro
Instituto.”[iii]
Bueno es pues, que desde ahora, y
como una forma de rendir tributo a este Venerable Sacerdote, el leer,
investigar, pero más, tratar de testimoniar con nuestras vidas, la de este
protagonista tan importante de la Congregación. Bendiciones para todos y todas
en estas fiestas.
[i]
Matovelle, José Julio María; Obras completas Pág. 57-58.
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