A las 6:52 PM, por Buhardilleros Categorías
: General
En este lúcido y fundamentado artículo,
publicado hoy en L’Osservatore Romano, que ahora ofrecemos en nuestra
traducción al español, el Arzobispo José Rodríguez Carballo, Secretario de la
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida
Apostólica, hace referencia a la actual crisis de la vida religiosa y
consagrada, y sus verdaderas causas.
Desde hace tiempo se habla de “crisis” en la y de la vida religiosa y
consagrada. Y para justificar este diagnóstico frecuentemente se
recurre al número de los abandonos, que agudiza la ya de por sí alarmante
disminución de vocaciones que golpea a un gran número de institutos y que, si
continúa así, pone en serio peligro la supervivencia de algunos de ellos. No
entro aquí en el debate acerca del carácter positivo o no de la “crisis” de la
que se habla. Es cierto, sin embargo, que, teniendo en cuenta el
número de los abandonos y que la mayoría de ellos tiene lugar en edad
relativamente joven, dicho fenómeno es preocupante. Por otra parte, considerando el hecho de que la hemorragia continúa
y no parece detenerse, los abandonos son ciertamente síntoma de una crisis más
amplia en la vida religiosa y consagrada, y la cuestionan, por lo menos en la
forma concreta en que es vivida.
Por todo esto, si bien es cierto que no podemos dejarnos obsesionar por
el tema – toda obsesión es negativa-, es también cierto que frente al problema
no podemos “mirar para otro lado” o “esconder la cabeza”. Por otra
parte, si bien es cierto, también, que son muchos los factores socioculturales
que influyen en el fenómeno de los abandonos, es también cierto que no son la
única causa y que no podemos referirnos sólo a ellos para tranquilizarnos y
para explicar este fenómeno, hasta ver como “normal” lo que no lo es.
No es fácil conocer con precisión el número de los que abandonan cada
año la vida religiosa y consagrada, también porque hay prácticas que van a la
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida
Apostólica, otras que son llevadas por la Congregación para el Clero, y otras
que terminan en la Congregación para la Doctrina de la Fe. En todo
caso, las cifras de las que disponemos son consistentes, como se puede ver por
los datos que nos son ofrecidos por las primeras dos Congregaciones.
Nuestro dicasterio, en cinco años (2008-2012), ha dado 11.805
dispensas: indultos para dejar el instituto, decretos de dimisión,
secularizaciones ad experimentum y secularizaciones para incardinarse en una
diócesis. Se trata de una media
anual de 2361 dispensas.
La Congregación para el Clero, en los mismos años, ha dado 1188
dispensas de las obligaciones sacerdotes y 130 dispensas de las obligaciones
del diaconado. Son todos religiosos: esto da una media anual de
367,7. Sumando estos datos con los otros, tenemos lo que sigue: han
dejado la vida religiosa 13.123 religiosos o religiosas, en 5 años, con
una media anual de 2624,6. Esto quiere decir 2,54 cada 1000
religiosos. A estos habría que agregar todos los casos tratados por la
Congregación para la Doctrina de la Fe.
Según un cálculo aproximado pero bastante seguro, esto quiere decir que
más de 3000 religiosos o religiosas han dejado cada año la vida consagrada. En
el cómputo no han sido insertados los miembros de las sociedades de vida
apostólica que han abandonado su congregación, ni los de votos temporales.
Ciertamente los números no son todo, pero sería de ingenuos no tenerlos
en cuenta.
Antes de indicar algunas de las causas de los abandonos, creo que es
oportuno decir que es casi imposible relevar con exactitud tales causas. ¿El
motivo? Es muy sencillo: no tenemos datos totalmente confiables. A
veces, una cosa es lo que se escribe, otra cosa es lo que se vive. Además,
en muchos casos lo que dicen los documentos, de los que se dispone al final de
un procedimiento, no necesariamente coincide con la causa real de los abandonos. Sin
embargo, de la documentación que posee nuestro dicasterio se pueden identificar
las siguientes causas.
Ausencia de la vida espiritual – oración personal,
oración comunitaria, vida sacramental -, que conduce, muchas veces, a apuntar
exclusivamente a las actividades de apostolado, para así poder seguir adelante
o para encontrar subterfugios. Muy a menudo esta falta de vida
espiritual desemboca en una profunda crisis de fe, para muchos la más profunda
crisis de la vida religiosa y consagrada y de la misma vida de la Iglesia. Esto
hace que los votos ya no tengan sentido – en general, antes del abandono hay
graves y continuas culpas contra ellos – y ni siquiera la misma vida consagrada. En
estos casos, obviamente, el abandono y la salida “normal” es más lógica.
Pérdida del sentido de pertenencia a la comunidad,
al instituto y, en algunos casos, a la misma Iglesia.En el origen de
muchos abandonos hay una desafección a la vida comunitaria que se
manifiesta: en la crítica sistemática a los miembros de la propia comunidad o
del instituto, particularmente a la autoridad, que produce una gran
insatisfacción; en la escasa participación en los momentos comunitarios o en
las iniciativas de la comunidad, a causa de una falta de equilibrio entre las
exigencias de la vida comunitaria y las exigencias del individuo y del
apostolado que lleva a cabo; en buscar fuera lo que no se encuentra en casa…
Los problemas más comunes en la vida fraterna en comunidad, según la
documentación a nuestra disposición, son: problemas de relación interpersonal,
incomprensiones, falta de diálogo y de auténtica comunicación, incapacidad
psíquica de vivir las exigencias de vida fraterna en comunidad, incapacidad de
resolver los conflictos…
En lo que respecta a la pérdida de
sentido de pertenencia a la Iglesia, a veces es dada por la falta
de verdadera comunión con ella y se manifiesta, entre otras cosas, en el no
compartir la enseñanza de la Iglesia sobre temas específicos como el sacerdocio
a las mujeres y la moral sexual.
Todo esto termina con la pérdida
del sentido de pertenencia a la institución, llámese comunidad local, instituto
religiosa o Iglesia, que es considerada sólo en cuanto puede servir los propios
intereses: por ejemplo, la casa religiosa, muchas veces, es considerada como
“hotel” o una simple “residencia”. La falta de sentido de
pertenencia lleva, a menudo, también a abandonar físicamente la comunidad, sin
ningún permiso.
Siempre me ha impresionado ver religiosos que abandonan la vida
religiosa o consagrada con toda naturalidad, incluso después de muchos años,
sin que esto suponga ningún drama. Es claro que no dejan nada,
porque su corazón estaba en otra parte.
Problemas afectivos. Aquí la problemática es muy
amplia: va desde el enamoramiento, que se concluye con el matrimonio, a la violación
del voto de castidad, sea con repetidos actos de homosexualidad – más en los
hombres, pero igualmente presente, más de lo que se piensa, entre las mujeres
-, sea con relaciones heterosexuales, más o menos frecuentes. Otras
veces los problemas afectivos tienen una clara repercusión en la vida fraterna
en comunidad, porque conciernen al mundo de las relaciones, provocando
continuos conflictos que terminan por hacer invivible la comunidad. Finalmente,
los problemas afectivos pueden ser tales que se llegue a la convicción de no
poder vivir la castidad y se decide, también por motivos de coherencia,
abandonar la vida consagrada.
Cuando se trata de identificar las causas o de proponer orientaciones,
pienso que es necesario hacer una radiografía, aunque breve y limitada, de la
sociedad de la que provienen nuestros jóvenes, los jóvenes que se dirigen a
nosotros, así como las fraternidades que los acogen.
Lo primero evidente a todos es que estamos en un mundo en profunda
transformación. Se trata de un cambio que trae consigo el paso de
la modernidad a la post-modernidad. Vivimos en un tiempo
caracterizado por cambios culturales imprevisibles: nuevas culturas y
sub-culturas, nuevos símbolos, nuevos estilos de vida y nuevos valores. Todo
ocurre a una velocidad vertiginosa.
Las certezas y los esquemas interpretativos globales y totalizantes que
caracterizaban la era moderna han dejado lugar a la complejidad, a la
pluralidad, a la contraposición de modelos de vida y a comportamientos éticos
que se han mezclado entre ellos de modo desordenado y contradictorio: son todas
características de la era moderna.
Mientras en la modernidad existía la plausibilidad
de un proyecto global, de una idea matriz, de un “norte” como faro de
comportamiento, el momento actual está caracterizado por la incerteza, por la
duda, por el replegarse en lo cotidiano y en lo emocional. Así se vuelve
difícil distinguir aquello que es esencial de lo que es secundario y accidental.
Esto produce en muchos: desorientación frente a una realidad que se
presenta de tal modo compleja que no se puede percibir; incerteza a causa de la
falta de certezas sobre las cuales anclar la propia vida; inseguridad por la
falta de referencias seguras. Todo se une a una gran desilusión
frente a las preguntas existenciales, consideradas inútiles, ya que todo es
posible y lo que hoy es, mañana deja de ser.
Nuestro tiempo es también un tiempo de mercado. Todo es
medido y valorado según la utilidad y la rentabilidad, también las personas. Estas,
en términos de mercado, valen lo que producen y valen en cuanto son útiles. Su
valor oscila, por lo tanto, en base a la demanda. Tal concepción
mercantilista de la persona llega a privilegiar el hacer, la utilidad, e
incluso la apariencia sobre el ser.
Vivimos, también, en un tiempo que podemos definir el tiempo del zapping. Zapping,
literalmente, quiere decir: pasar de un canal a otro, sirviéndose del control
remoto, sin detenerse en ninguno.Simbólicamente, zapping significa no
asumir compromisos a largo plazo, pasar de un experimento a otro, sin hacer
ninguna experiencia que marque la vida. En un mundo donde todo está
facilitado, no hay lugar para el sacrificio, ni para la renuncia, ni para otros
valores similares. En cambios, estos están presentes en la opción
vocacional que exige, por lo tanto, ir contracorriente, como es la vocación a
la vida consagrada.
Finalmente, es necesario señalar también que en el mundo en que vivimos, y en estrecha conexión
con lo que hemos llamado “mentalidad de mercado”, está el dominio del
neo-individualismo y la cultura del subjetivismo. El
individuo es la medida de todo y todo es visto, medido y valorado en función de
sí mismo y de la autorrealización. En un mundo así, en el que cada
uno se siente único por excelencia, frecuentemente no existe una comunicación
profunda. El hombre actual habla mucho, aparentemente es un gran
comunicador, pero en realidad no logra comunicar en profundidad y, en
consecuencia, no lograr encontrarse con el otro.
Como conclusión de nuestra reflexión nos planteamos la pregunta: en una
sociedad como la nuestra, ¿es posible permaneces fieles a una opción de vida
que está llamada a ser definitiva e irrevocable?
La respuesta me parece sencilla si tenemos en cuenta a muchos
consagrados que viven alegremente la fidelidad a los compromisos asumidos en su
profesión. De todos modos, para prevenir los abandonos, sin la
ilusión de poder evitarlos totalmente, creo necesario lo que sigue.
Que la vida consagrada y religiosa ponga en el centro una renovada
experiencia del Dios uno y trino y considere esta experiencia como su
estructura fundamental. Lo
esencial de la vida consagrada y religiosa es quaerere Deum, buscar a Dios,
vivir en Dios.
Que la opción por el Dios viviente (cfr. Juan 20, 17) no se
viva en el encerrarse en un misticismo separado de todo y de todos, sino que
lleve a los consagrados a participar en el dinamismo trinitario ad intra y ad
extra. La participación en el
dinamismo trinitario ad intra supone relación de comunión con los otros y lleva
consigo el don de sí mismo a los demás. Por otra parte, vivir el
dinamismo trinitario ad extra implica vivir críticamente y proféticamente en el
seno de la sociedad.
Que haya una decisión clara de anteponer la calidad evangélica de vida
al número de miembros o al mantenimiento de las obras.
Que en la cura pastoral de las vocaciones se presente la vida consagrada
y religiosa en toda su radicalidad evangélica y se haga un discernimiento en
consonancia con dichas exigencias.
Que durante la formación inicial se asegure un acompañamiento
personalizado y no se hagan “descuentos” en las exigencias de una vida
consagrada que sea evangélicamente significativa.
Que entre la pastoral vocacional, formación inicial y permanente, haya
continuidad y coherencia.
Que durante los primeros años de profesión solemne se asegure un
adecuado acompañamiento personalizado.
Un bello proverbio oriental dice: “El ojo ve sólo la arena, pero el
corazón iluminado puede entrever el fin del desierto y la tierra fértil”. Miremos
con el corazón. Tal vez podremos ver aquello que otros no ven.
***
Fuente: L’Osservatore Romano
Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
(1) Al compartir este blog, también nosotros tendremos que mirar nuestra propia historia y de acuerdo con ella afianzar nuestra fe, haciendo que la fuerza de nuestro Carisma, se refleje en las buenas acciones para mejorar en lo que nos toca. El seguimiento de Jesucristo y por ende la Trinidad Santa, son el camino definitivo que lleva a la Salvación.
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